Las reacciones no se hicieron esperar. Algunos sectores de los trabajadores dijeron entusiasmados que ese era “un triunfo” de la combativa clase obrera colombiana; los empresarios por su parte se lamentaron y con sinceridad expresaron que estaba en riesgo la generación de nuevos empleos en el país; los medios- voceros del régimen-, saludaron el noble gesto del ejecutivo, ratificando la senda de la supuesta “prosperidad democrática”. La configuración histórica del capitalismo, se ha basado y se basa, como lo explicara claramente Marx, en la explotación del hombre por el hombre. Si hoy existe en Colombia una clase social acomodada que reniega y se resiste violentamente a distribuir equitativamente la riqueza, es por que históricamente se ha apropiado de los frutos del trabajo ajeno. Ahora bien, en la actual discusión sobre el aumento del salario mínimo, se parte de un supuesto equivocado: creer que el contrato laboral (en vía de extinción) es un acuerdo libre y voluntario entre iguales. El empresario ofrece una cierta cantidad de dinero, a cambio, el trabajador aporta su “fuerza de trabajo”. En este razonamiento se desconoce que la “fuerza de trabajo” es la única mercancía que se “reproduce”- valoriza- en el proceso de producción, a pesar de ello el trabajador solo obtiene lo mínimamente necesario para sobrevivir en un medio social agreste y con la presión de un “ejército industrial de reserva” (desempleados), que estarían dispuestos a ocupar su lugar a menor precio. Al respecto, no faltarán quienes digan que esas son las leyes naturales del mercado, que no tendría gracia invertir cierta cantidad de capital para no ganar nada, que los dueños de las empresas e industrias tienen derecho a obtener réditos de sus inversiones, sin embargo llegamos al mismo punto de antes: Al trabajador solo le “pagan” el “tiempo de trabajo socialmente necesario” para producir cierto tipo de mercancías, el resto de tiempo que este pasa en la fábrica y en el cual sigue produciendo se lo roba el dueño de la misma. Desde esta perspectiva se comprende entonces, que la riqueza y el bienestar de unos pocos, es directamente proporcional a la miseria y el malestar de muchos otros. Las diferencias y la lucha de clases son una realidad inocultable. Finalmente, cabe señalar otra falacia, propia de la modernidad burguesa: la farsa de la concertación. Los intereses de los empresarios y los intereses de los trabajadores son diametralmente opuestos, su relación, es una relación conflictiva, contradictoria. Es una lástima que las centrales obreras se presten para este espectáculo cada fin de año, cuando deberían estar organizando y preparando a las masas trabajadoras para que junto a los demás sectores del pueblo, se enruten hacia la conquista de verdaderos objetivos. En el Movimiento Bolivariano, estamos comprometidos con la construcción de una Colombia nueva, donde la justicia social sea la garantía para una paz verdadera.
Sin embargo, todos (incluidos irónicamente los mismos trabajadores) “olvidan” algo esencial: El capital (y su consecuente acumulación en pocas manos), es resultado del robo, de la expropiación que los propietarios de los medios de producción (empresarios) hacen del trabajo “excedente” del obrero, es decir, de la extracción de plusvalía.